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Montería rompe el molde: homicidios caen 63% mientras el país debate la seguridad

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María puede cerrar su tienda dos horas más tarde sin que el miedo le apriete el pecho. Ese simple cambio en la rutina de una comerciante de Montería es la prueba viva de que algo está pasando en ciudades donde antes la violencia mandaba la parada. Su capital, Córdoba, acaba de reducir los homicidios en 63% este año. La cifra no es un número más: significa que 6 de cada 10 familias que antes temían por un balazo hoy respiran distinto.

Pero aquí no hay magia. Mientras Montería, Arauca e Inírida desploman sus tasas de violencia, otras como San José del Guaviare las triplican. Pereira duplica sus homicidios. ¿Por qué el alivio llega a unos lados y a otros no? La respuesta podría enterrarse en esa Colombia profunda que siempre ha luchado contra fantasmas que Bogotá no siempre entiende.

Por primera vez, 491 municipios colombianos –44% del total– registran tasas de homicidio por debajo del promedio mundial. Esto no es un discurso. Es vida. Son calles que recuperan su pulso nocturno, negocios que no bajan sus persianas al anochecer, jóvenes que no tienen que esquivar territorios prohibidos.

El contraste, sin embargo, es brutal. San José del Guaviare lleva la peor parte: +250%. Mitú y Yopal le siguen con incrementos del 100% y 107%. ¿Se están moviendo los grupos armados como globos que se aprietan por un lado y se inflan por otro? Las cifras frías del Ministerio de Defensa esconden una guerra territorial que se redefine lejos de los reflectores.

Lo cierto es que Colombia lleva décadas nadando contra la corriente. En los años 90, la tasa de homicidios era de 84 por cada 100.000 habitantes. Hoy estamos en 26. Una reducción del 300% que pocos celebran pero que miles viven en carne propia. Claro que falta. Chile tiene 5. Argentina 6. Pero comparado con el país que éramos, el cambio es histórico.

¿Será que por fin las estrategias de seguridad están llegando a donde siempre debieron estar? Montería, Arauca, Quibdó. Ciudades que por años fueron sinónimo de abandono estatal hoy muestran una mejoría que ni sus propios habitantes creían posible. No es cuestión de suerte. Tampoco de pactos oscuros. Es la prueba de que cuando el Estado llega con planes concretos y no solo con discursos, los resultados se ven.

Mientras tanto, las grandes urbes se mantienen en un equilibrio precario. Bogotá subió 4%, Cali 7%, Medellín 19%. Ni la euforia ni el desastre. Pero el verdadero cambio está ocurriendo en esa Colombia intermedia que siempre fue termómetro de la violencia real.

El reto ahora es evitar que el alivio de unos signifique el ahogo de otros. Que la reducción en el Caribe y la Amazonía no sea un espejismo que esconda nuevas crisis en el Eje Cafetero o los Llanos Orientales. La seguridad no es un juego de suma cero. O ganamos todos, o al final nadie gana.

María, la comerciante de Montería, lo resume mejor que cualquier estadística: “Antes a las 6 pm esto parecía pueblo fantasma. Hoy la gente sale, compra, ríe. Eso no tiene precio”. Tal vez por fin Colombia esté aprendiendo que la verdadera seguridad no se mide en partes oficiales, sino en la hora de cierre de las tiendas de barrio.