La casa del capo que ahora salvará vidas: así el dinero de la cocaína financiará la prevención del suicidio juvenil

Esa casa de 200 metros cuadrados en Bogotá guardaba los secretos del capo Justo Pastor Perafán. Sus paredes escucharon negocios sucios, movimientos de dinero negro y planes que destrozaron comunidades. Hoy, esos mismos muros protegerán a adolescentes que luchan contra la depresión. El mismo dinero que financió el narcotráfico ahora pagará psicólogos para atender llamadas de auxilio a las 3 de la madrugada.
Por primera vez en Colombia, un bien incautado al crimen organizado se destina exclusivamente a salud mental juvenil. No es poca cosa. La Fundación Sergio Urrego, creada por una madre que perdió a su hijo por discriminación escolar, finalmente echará raíces después de una década de trabajar contra viento y marea.
¿Por qué importa ahora? Los números gritan. 699 intentos de suicidio en colegios bogotanos solo en 2025. La mayoría -522 casos- en instituciones públicas. Jóvenes que necesitan ayuda y no saben a dónde acudir. La línea SalvaVidas de la fundación ya ha acompañado a 15.000 personas, pero operaba desde la informalidad de un espacio prestado.
Esto no es un discurso. Es vida.
La entrega del inmueble avaluado en $941 millones representa algo más profundo que un cambio de dueño. Es la materialización de una deuda histórica con la salud mental de nuestros jóvenes. Mientras otros bienes incautados a narcos se pudrían en litigios eternos, esta casa se convierte en refugio.
Pero la pregunta ronda: ¿qué garantiza que esto no sea otro elefante blanco? La respuesta está en los recursos. El valor del inmueble proporciona estabilidad financiera que trasciende cambios de gobierno. La fundación ya demostró su capacidad de gestión con resultados tangibles.
Silencio.
Ese es el sonido que un adolescente en crisis encuentra hoy cuando más necesita hablar. Las llamadas desesperadas a medianoche que antes rebotaban en líneas ocupadas ahora tendrán respuesta profesional. La diferencia entre un grito ahogado y una mano extendida.
El contexto duele: Colombia tiene una de las tasas más altas de suicidio juvenil en América Latina. Los programas gubernamentales han sido insuficientes y fragmentados. Mientras tanto, organizaciones como la Fundación Sergio Urrego han trabajado con uñas y dientes para llenar ese vacío.
Ahora, por fin, tendrán un castillo de colores -como lo llama su directora Alba Reyes- desde donde operar. Un lugar donde el dinero que alguna vez sirvió para destruir vidas ahora las reconstruirá.
¿Cuánto vale salvar una vida? Para el narcotráfico, nada. Para esta fundación, todo. El inmueble no es solo brick and mortar: es la posibilidad concreta de que un joven que esté a punto de tomar la peor decisión encuentre a alguien al otro lado de la línea.
Así de simple.
El mensaje es claro: el Estado por fin le está apostando a transformar el dolor en esperanza. Donde antes había armas, ahora habrá abrazos. Donde se contaba dinero sucio, ahora se contarán historias de recuperación.
Esto no da papaya. Es un ejemplo tangible de cómo los activos del crimen pueden servir para reparar el daño que causaron. Un círculo que se cierra con justicia poética: la plata del mal ahora hace el bien.
El futuro se escribe en esas paredes que antes guardaron secretos oscuros. Ahora guardarán esperanzas. Risas. Lágrimas de alivio. Y sobre todo, vidas que no se apagarán porque alguien contestó el teléfono a tiempo.